sábado, 14 de mayo de 2011

Carmelo



Carmelo

Por Lucía Amelia Cabral

Era un pez, era bombero y se llamaba Carmelo.
Un apagafuegos de burbuja inteligente, consagrado y risueño.
Había que verlo en su uniforme de capote amarillo.
Cómo se le notaba, de izquierda a derecha, lo mucho
que amaba su trabajo.
Su empleo, sin embargo, no era la única emoción de su vida.
Carmelo era también músico. Tocaba la trompeta, esa trompeta tan especial que húmeda de nostalgias descansó por años en lo hondo del desinterés de los demás.

Fue un rosado día de diciembre cuando Carmelo la encontró sobre un banco de coral.

La vio y en el acto quedó deslumbrado.

Fue cuando, sin aspavientos de proclamación, él la tomó para sí.
Y fue también cuando ella súbitamente comprendió que, a partir de ese momento, su soledad de olas había terminado.

Desde aquel primer instante, la amistad de Carmelo y la trompeta fue un encuentro de magia y sal. Carmelo descubrió a través de su amiga cómo nace la música. Su soplo recio transformaba la tubular figura de cobre de la trompeta en un vibrante sonido, puro y brillante. Mientras, impresionada ella aprendía cuán distinto es vivir en compañía para resplandecer en las aguas de un cariño verdadero.

Así sucedía cada vez que sonaba el pito que estremecía. Cada vez que se incendiaba una discordia, cada vez que trepidaba de furia la ira, cada vez que las llamas de la incomprensión quemaban las palabras y cada vez que las miradas de fuego hacían ceniza la tolerancia.

Y se escuchó cuando el desconsuelo de Carmelo se hizo música de trompeta. La melodía triste conmovió una a una las gotas del mar, se trepó en el lomo de los delfines, golpeó los arrecifes, se adentró en las cavernas oscuras, paseándose lastimosa por la vasta profundidad hasta adueñarse de todo el universo marino.
Entonces ocurrió de improviso. La música buscó respiro en las algas y, reposando allí su melodía, entre ellas se refugió. Un largo rato después, el descanso enarboló nuevamente la música de Carmelo, esta vez verde y gozosa.

Sorprendidas, las algas se vieron estrenar un baile distinto, mientras una emoción muy fuerte sacudía hasta la inmensa plataforma se arena clara. Una luz generosa irradiaba su fulgor a los arbolitos de caballitos y estrellas de la mar, adornados con guirnaldas de caracoles. Flotó la armonía. El amor inundó los corazones. Se sintió la paz y la alegría de la esperanza renació.
Justo en fecha 25 de ese mes, la Navidad había amanecido en el espacio íntimo del océano donde desde un principio, se habían unido en el entendimiento el pez Carmelo y su amiga la trompeta.

Publicado en Tin Marín, Bloque de letras. 12 de diciembre de 1998

La cocina mágica de Lucía Amelia

Lucía Amelia Cabral de Herrera

 Este miércoles fue el Día de Lucía Amelia en la Feria del Libro. Debió ser mágico, como mágica es su cocina llena de olorosos hervores, habitada por sabrosos ingredientes animados que dialogan alegres entre sí. Ufanos en su noble tarea alimentaria. Orgullosos de pertenecer a una selecta estirpe de laboriosos servidores comunitarios. Imagino que un desfile de hermosas zanahorias alineadas dio paso a la delegación de robustas berenjenas, bien llenas y moradas, seguidas por jugosos tomates, gordos y coloraos. La división de los ajíes seguro se hizo presente en esta fiesta de la abundancia agradecida, recién llegada de los invernaderos de montaña: unos vestidos de amarillo, otros de verde, los más enrojecidos, otros anaranjados, algún que otro variopinto, en camuflaje de combate. Morrones blindados, misiles cubanela, dinamita picante y Caribe.

Cebollones blancos y sedosos, cebollines morados lacrimosos, cebollas amarillentas empalidecidas, rodaban tumultuosas, cuesta abajo como dice el tango. Un equipo de zapadores, formado por mordientes dientes de ajo, mordía flanco izquierdo, mordía flanco derecho, abriendo camino. Al fondo, como quien no quiere la cosa, desfilaba el rey Plátano realmente aplatanado, junto a una pintoresca legión de tambaleantes huevos pasados por agua, algunos revueltos encebollados, varios encapirotados, otros jugosamente escabechados, la mayoría fritos como soles bañándose en la luna. Verdes góndolas aguacatosas y aceitosas se pavoneaban coquetas en calidad de damas de compañía, rodeadas de redondas rodajas de rojo salami, confabuladas con dorados rectángulos de queso, casi derretidos.

Fue una fiesta buena y merecida la que le armaron sus amigos (entre ellos la piña y la papa, el mango, la fresa y el limón) a esta Lucía Amelia genial que hace tiempo hace literatura para chicos y grandes, salida de su olla maravillosa y encantada. Como salen de allí los más deliciosos platillos, frapés de frutas con especias, bocadillos dulces y salados, servidos con toque personal. Sencillos e ingeniosos, para deleite de todos, en el hogar amable y generoso que comparte con Fabio y María Cayena. Qué mejor idea para sumarnos al jolgorio que convidar a los amigos de la maga a mostrar sus detalles, a desplegar sus nutritivos talentos, ellos tan empeñados en alimentar los placeres del paladar.

Dime tú, que digo yo.

Qué divertido es jugar
al dime tú que digo yo.
A ver, empiezo yo, sigues tú.
-Caimito, quiero ser caimito para ti, mi niño bonito.
-Me gusta la piña, mejor piña serás y abrazos amarillos me darás.
-¿Y si me vuelvo redondo limón con olor de mañanita de ilusión?
-La naranja me encanta más. Jugo dulce te voy a brindar.
-Cereza, sandía o mamón puedo ser, con sabor a paisaje y gotas de miel.
-No, no, melón, quiero que seas melón y siempre me guardes en tu corazón./
¡Otra vez, me ganaste tú!
¡Qué divertido fue jugar
al dime tú que digo yo,
dijiste tú, dije yo!

Secreta aspiración del Sol
 El sol un día, al despertar en su cama del mar, a la luna que se despedía le comentó:
-Quiero nuevas experiencias en mi vida. He decidido aspirar a ser chef del universo.
 ¿Cómo?, empinadas las cejas la luna le demandó. ¿Qué sabes tú de lo que les gusta a las estrellas? ¿Qué desayunan, almuerzan y cenan los planetas? ¿Qué comen los cometas? De no saber ni siquiera sabes cuál es mi dulce preferido, que ciertas noches me hace resplandecer luminosamente llena.
-No me parece que sea la cocina halo de tu competencia, Sol. Me permito aconsejarte, amigo de la mañana, la luna insistió.
A estas alturas ni pensar abandonar tu oficio. Dale renovado brillo a tu vieja responsabilidad. Inventa nuevas tareas de luz, reparte mejor el calor. Así verás como en todo el planeta se intensificará el amarillo optimismo. Y tú, Sol, dormirás redondo, absolutamente feliz sin siquiera acordarte que querías delante de un fogón vivir.

El gajito de mandarina y el mar

Un gajito de mandarina se desvistió de su traje naranja con olor a alegría. Ligero de ropa se fue a pasear a la orilla misma del mar.
Se mojó de agua y sal. Corrió con los caracoles en la arena. Entabló conversación con tres cangrejos y, después de mucho gozar, se tumbó al sol sin reloj, sin gorra, sin lentes oscuros.
De repente, la brisa de arriba abajo sacudió su pequeño cuerpo de gajo. Y, sin perder un instante, a las olas él súbitamente preguntó:
-¿Cómo hago para evitar que por andar sin permiso mi mamá me vaya a regañar?
Sopló el viento y la respuesta del mar no la pude yo escuchar.

La montaña oscura

Esa mañana serían las diez cuando de aquí para allá y de allá para acá vi una hormiga negra acompañada de una fila de compañeras, recorriendo como propios los rincones de la cocina ajena.
Ante ellas de improviso una montaña oscura. No tan grande la montaña tampoco tan pequeña, pero en fin se detuvo el paseo.
-A probar, dijo una.
-Prudencia, prudencia, apuntó la hormiga negra.
-¿Será dulce la montaña o acaso salada?, perplejas se preguntaron.
Con cautela extrema la líder del grupo dio un paso al frente y sin mediar pulgada se acercó. Levantó el pecho y a todo pulmón olió despacio. A seguidas tocó y, sin poder evitarlo, quedó prendada de la textura pegajosa. Fue cuando, casi con gula de banquete, se decidió a degustar la insospechada montaña./
-¡Oh!, exclamó, con boca llena, la hormiga negra. -Sabroso, qué sabroso. Sabe a coco, sabe a melao.
-Pienso, compañeras, que es... ¡un jalao!

La queja de mangú

Un día Mangú amaneció insatisfecho y gruñón. 
-¡Nunca llego a mi destino por cuenta únicamente mía! ¡Qué barbaridad es tener siempre que reclutar a otros, en una absurda cita colectiva! Renuncio a trabajar para los demás.
El contrariado Mangú hacía su majado discurso ante una sartén de ruedas de cebollas que, sin darse por aludidas, en todo momento mantuvieron un fuerte silencio de olor penetrante. 
Sin tregua en busca de público para su queja, de inmediato Mangú fijó su argumento en un hermoso queso, al tris de ser dividido en lascas para freír. El queso, de serena naturaleza, dejó en blanco toda posibilidad de discusión.
Muy malhumorado, Mangú a seguidas apeló al salami y también a la longaniza, quienes quedaron desconcertados. Ellos nunca antes habían sospechado su triste inclinación a la soledad.
Entonces el aguacate amigo perplejo miró a Mangú y, como si le examinara, le preguntó: 
-¿Has perdido, Mangú, tu sano juicio? ¡La vida es para compartirla!, con parca verde firmeza el aguacate sentenció.
Fue cuando de un mediano canasto de huevos se oyó un coro ovalado de varias voces que agregó:
-Querido compañero Mangú, para los huevos fritos, revueltos y hervidos es un deleite ser parte de tu éxito. No te ofusques. Tú eres tú pero entre todos somos sabrosamente más y mejores. Unidos transformamos el menú de la familia en un evento gastronómico. Sin nosotros, no serías lo mismo, Mangú. ¡De alejarnos, a muchísimos dejaríamos de hacer felices!
Ante afirmación tan en punto, él sintió que se sofocaba y que su arsenal de fuerzas perdía. Yo le calmé con un chorrito de aceite de oliva, que sazonó de contento su alma.
A partir de ese instante, como si fuera agua caliente, la queja de Mangú se evaporó para siempre".

Agujeros de bostezo

Bostezo, bostezo, -¿Quién es el rey del bostezo?
Sin bostezar te contesto: -¡El queso!
-¿Qué queso?
-El que de bostezar y bostezar viste de agujeros su amarillo sueño.
-¿Agujeros? ¿Y para qué sirve un agujero?
-Para que te asomes tú, en busca de alguna historia olorosa. O para que se asome otro amiguito curioso, antes de la hora del sueño, a contar bostezos, bostezos.

Dulce encanto

Que se sepa no tiene abuela inglesa, tampoco francesa ni parientes del Canadá o bostonianos. Sin embargo, ella con encanto de otros tiempos, aunque de diseño atrevido y muy actual, ama los sombreros como antes nadie más. 
Asunto de hermosura, de coquetería natural. Con ella se aprende a lucir original y a las demás, en temas de moda, pautar. ¡Chic! ¡Joven! ¡Vibrante! ¡Fascinante su glamour especial! Pero que la admiren mucho, no la hace banal.
Su más afamado sombrero ha paseado el planeta entero. Es una verdadera obra de arte e imaginación. De ordenados y largos penachos verdes, con qué garbo lo lleva en la cabeza.
Privilegiada ella, es lo que se dice una ciudadana del mundo. Siempre tan galana exhibe el orgullo de pertenecer a nuestra tierra americana. Habla español, domina perfecto el portugués. Versada en botánica y agricultura, juega ajedrez y baila merengue con la cintura y los pies.
En Europa es muy apreciada y en Norteamérica también. ¡Qué dulce! ¡Qué bella! Su corazón de niña palpita amarillo. Ama el sol, el campo y la gente sencilla y su sonrisa abierta regala alegría.
Una tarde próxima, con ilusión puntual, en clases de tocados y cultura en general, con ella seguro me voy a inscribir. Quiero tanto mi imagen mejorar.
¡La piña es toda una personalidad! Sé que me podrá enseñar a vivir bonita, con gracia y espontaneidad.



Coralina y la buena mesa

Coralina nada ama más que regresar cada comienzo de año a las aguas tibias de Samaná.
Durante meses ella sueña con piñas y nísperos para desayunar. De almuerzo, guandules con coco y arroz, bollitos de yuca y pastelón y, de postre, cajuiles hechos ricura al sol. A la hora de cena, su preferencia, mangú con cebollín entre sorbitos de ron sin hielo, ni mucho ni chin. ¡Ah, los refinados gustos de mi ballena querida!
Coralina siempre regresa al cariño por la mágica memoria del paladar.

LECTURAS CONVERSANDO CON EL TIEMPO POR JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO

http://www.diariolibre.com/noticias_det.php?id=290422

viernes, 13 de mayo de 2011

Una calle en la Feria Internacional del Libro para


LUCÍA AMELIA CABRAL

Lucía Amelia Cabral, escritora de Literatura Infantil y Juvenil, posa junto al letrero que
da nombre a su calle en la XIV Feria Internacional del Libro
Lucía Amelia Cabral

Es curioso como algunos seres muy importantes en nuestro país no ocupan todas las páginas en los medios de comunicación social y algunos libros, como debieran. Parte de mi empeño en hacer blogs para mis colegas es porque deseo que cuando alguien de cualquier parte del mundo, indague sobre nuestra literatura, tenga a mano los datos que le ofrezcan claridad sobre la opinión que se ha de forjar.
Ayer, 11 de mayo del 2011, las autoridades de la Feria Internacional del Libro inauguraron una calle con el nombre de Lucía Amelia Cabral y como sé que muchos de nosotros necesitaremos estos datos, me apresuro a colgarlos aquí. 

Lucía Amelia Cabral es egresada de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Summa Cum Laude, de la Facultad de Ciencias Jurídicas, Escuela de Servicios Internacionales.
Sus cuentos, fueron adaptados para teatro y ballet y han sido narrados por la radio en España, Cuba y Argentina. También han sido llevados a la televisión en Suecia y Alemania.

Entre sus libros sumamos:

Hay cuentos que contar

Gabino

Sorprendido el plátano

El camino de Libertad

Mi abecedario

Soy el río

Dime tú, qué digo yo

Carmelo, el bombero (Colección Dienteleche. Ediciones Ferilibro)

En colectivo: Poemas con son y sol. Poesía de América Latina para niños donde aparecen algunas de sus tiernas poesías.

Otro título suyo es : "La sirena del monte", publicado en la obra editada por Banreservas antes citada: Huellas de la leyenda, donde aparece como fundadora y propulsora del Círculo Dominicano de Escritores para Niños y Jóvenes, junto a Aída Bonnelly, Eleanor Grimaldi, Margarita Luciano, Brunilda Contreras, Rafael Peralta Romero, Nelly García de Pión, Leibi Ng, Marianne de Tolentino y Aidita Selman.

Lucía Amelia Cabral obtuvo el premio principal en el Primer Concurso Nacional de Literatura Infantil auspiciado por el Banco Central.
El Director de la Feria del Libro, Lic. Alejandro Arvelo, la Viceministra de Cultura, Lourdes  de Cuello,
el Lic. Fabio Herrera, esposo de la escritora homenajeada: Lucía Amelia Cabral, el Ministro de Cultura, Lic. José Rafael Lantigua y la niña María Cayena, nieta del matrimonio Herrera Cabral.