sábado, 14 de mayo de 2011

La cocina mágica de Lucía Amelia

Lucía Amelia Cabral de Herrera

 Este miércoles fue el Día de Lucía Amelia en la Feria del Libro. Debió ser mágico, como mágica es su cocina llena de olorosos hervores, habitada por sabrosos ingredientes animados que dialogan alegres entre sí. Ufanos en su noble tarea alimentaria. Orgullosos de pertenecer a una selecta estirpe de laboriosos servidores comunitarios. Imagino que un desfile de hermosas zanahorias alineadas dio paso a la delegación de robustas berenjenas, bien llenas y moradas, seguidas por jugosos tomates, gordos y coloraos. La división de los ajíes seguro se hizo presente en esta fiesta de la abundancia agradecida, recién llegada de los invernaderos de montaña: unos vestidos de amarillo, otros de verde, los más enrojecidos, otros anaranjados, algún que otro variopinto, en camuflaje de combate. Morrones blindados, misiles cubanela, dinamita picante y Caribe.

Cebollones blancos y sedosos, cebollines morados lacrimosos, cebollas amarillentas empalidecidas, rodaban tumultuosas, cuesta abajo como dice el tango. Un equipo de zapadores, formado por mordientes dientes de ajo, mordía flanco izquierdo, mordía flanco derecho, abriendo camino. Al fondo, como quien no quiere la cosa, desfilaba el rey Plátano realmente aplatanado, junto a una pintoresca legión de tambaleantes huevos pasados por agua, algunos revueltos encebollados, varios encapirotados, otros jugosamente escabechados, la mayoría fritos como soles bañándose en la luna. Verdes góndolas aguacatosas y aceitosas se pavoneaban coquetas en calidad de damas de compañía, rodeadas de redondas rodajas de rojo salami, confabuladas con dorados rectángulos de queso, casi derretidos.

Fue una fiesta buena y merecida la que le armaron sus amigos (entre ellos la piña y la papa, el mango, la fresa y el limón) a esta Lucía Amelia genial que hace tiempo hace literatura para chicos y grandes, salida de su olla maravillosa y encantada. Como salen de allí los más deliciosos platillos, frapés de frutas con especias, bocadillos dulces y salados, servidos con toque personal. Sencillos e ingeniosos, para deleite de todos, en el hogar amable y generoso que comparte con Fabio y María Cayena. Qué mejor idea para sumarnos al jolgorio que convidar a los amigos de la maga a mostrar sus detalles, a desplegar sus nutritivos talentos, ellos tan empeñados en alimentar los placeres del paladar.

Dime tú, que digo yo.

Qué divertido es jugar
al dime tú que digo yo.
A ver, empiezo yo, sigues tú.
-Caimito, quiero ser caimito para ti, mi niño bonito.
-Me gusta la piña, mejor piña serás y abrazos amarillos me darás.
-¿Y si me vuelvo redondo limón con olor de mañanita de ilusión?
-La naranja me encanta más. Jugo dulce te voy a brindar.
-Cereza, sandía o mamón puedo ser, con sabor a paisaje y gotas de miel.
-No, no, melón, quiero que seas melón y siempre me guardes en tu corazón./
¡Otra vez, me ganaste tú!
¡Qué divertido fue jugar
al dime tú que digo yo,
dijiste tú, dije yo!

Secreta aspiración del Sol
 El sol un día, al despertar en su cama del mar, a la luna que se despedía le comentó:
-Quiero nuevas experiencias en mi vida. He decidido aspirar a ser chef del universo.
 ¿Cómo?, empinadas las cejas la luna le demandó. ¿Qué sabes tú de lo que les gusta a las estrellas? ¿Qué desayunan, almuerzan y cenan los planetas? ¿Qué comen los cometas? De no saber ni siquiera sabes cuál es mi dulce preferido, que ciertas noches me hace resplandecer luminosamente llena.
-No me parece que sea la cocina halo de tu competencia, Sol. Me permito aconsejarte, amigo de la mañana, la luna insistió.
A estas alturas ni pensar abandonar tu oficio. Dale renovado brillo a tu vieja responsabilidad. Inventa nuevas tareas de luz, reparte mejor el calor. Así verás como en todo el planeta se intensificará el amarillo optimismo. Y tú, Sol, dormirás redondo, absolutamente feliz sin siquiera acordarte que querías delante de un fogón vivir.

El gajito de mandarina y el mar

Un gajito de mandarina se desvistió de su traje naranja con olor a alegría. Ligero de ropa se fue a pasear a la orilla misma del mar.
Se mojó de agua y sal. Corrió con los caracoles en la arena. Entabló conversación con tres cangrejos y, después de mucho gozar, se tumbó al sol sin reloj, sin gorra, sin lentes oscuros.
De repente, la brisa de arriba abajo sacudió su pequeño cuerpo de gajo. Y, sin perder un instante, a las olas él súbitamente preguntó:
-¿Cómo hago para evitar que por andar sin permiso mi mamá me vaya a regañar?
Sopló el viento y la respuesta del mar no la pude yo escuchar.

La montaña oscura

Esa mañana serían las diez cuando de aquí para allá y de allá para acá vi una hormiga negra acompañada de una fila de compañeras, recorriendo como propios los rincones de la cocina ajena.
Ante ellas de improviso una montaña oscura. No tan grande la montaña tampoco tan pequeña, pero en fin se detuvo el paseo.
-A probar, dijo una.
-Prudencia, prudencia, apuntó la hormiga negra.
-¿Será dulce la montaña o acaso salada?, perplejas se preguntaron.
Con cautela extrema la líder del grupo dio un paso al frente y sin mediar pulgada se acercó. Levantó el pecho y a todo pulmón olió despacio. A seguidas tocó y, sin poder evitarlo, quedó prendada de la textura pegajosa. Fue cuando, casi con gula de banquete, se decidió a degustar la insospechada montaña./
-¡Oh!, exclamó, con boca llena, la hormiga negra. -Sabroso, qué sabroso. Sabe a coco, sabe a melao.
-Pienso, compañeras, que es... ¡un jalao!

La queja de mangú

Un día Mangú amaneció insatisfecho y gruñón. 
-¡Nunca llego a mi destino por cuenta únicamente mía! ¡Qué barbaridad es tener siempre que reclutar a otros, en una absurda cita colectiva! Renuncio a trabajar para los demás.
El contrariado Mangú hacía su majado discurso ante una sartén de ruedas de cebollas que, sin darse por aludidas, en todo momento mantuvieron un fuerte silencio de olor penetrante. 
Sin tregua en busca de público para su queja, de inmediato Mangú fijó su argumento en un hermoso queso, al tris de ser dividido en lascas para freír. El queso, de serena naturaleza, dejó en blanco toda posibilidad de discusión.
Muy malhumorado, Mangú a seguidas apeló al salami y también a la longaniza, quienes quedaron desconcertados. Ellos nunca antes habían sospechado su triste inclinación a la soledad.
Entonces el aguacate amigo perplejo miró a Mangú y, como si le examinara, le preguntó: 
-¿Has perdido, Mangú, tu sano juicio? ¡La vida es para compartirla!, con parca verde firmeza el aguacate sentenció.
Fue cuando de un mediano canasto de huevos se oyó un coro ovalado de varias voces que agregó:
-Querido compañero Mangú, para los huevos fritos, revueltos y hervidos es un deleite ser parte de tu éxito. No te ofusques. Tú eres tú pero entre todos somos sabrosamente más y mejores. Unidos transformamos el menú de la familia en un evento gastronómico. Sin nosotros, no serías lo mismo, Mangú. ¡De alejarnos, a muchísimos dejaríamos de hacer felices!
Ante afirmación tan en punto, él sintió que se sofocaba y que su arsenal de fuerzas perdía. Yo le calmé con un chorrito de aceite de oliva, que sazonó de contento su alma.
A partir de ese instante, como si fuera agua caliente, la queja de Mangú se evaporó para siempre".

Agujeros de bostezo

Bostezo, bostezo, -¿Quién es el rey del bostezo?
Sin bostezar te contesto: -¡El queso!
-¿Qué queso?
-El que de bostezar y bostezar viste de agujeros su amarillo sueño.
-¿Agujeros? ¿Y para qué sirve un agujero?
-Para que te asomes tú, en busca de alguna historia olorosa. O para que se asome otro amiguito curioso, antes de la hora del sueño, a contar bostezos, bostezos.

Dulce encanto

Que se sepa no tiene abuela inglesa, tampoco francesa ni parientes del Canadá o bostonianos. Sin embargo, ella con encanto de otros tiempos, aunque de diseño atrevido y muy actual, ama los sombreros como antes nadie más. 
Asunto de hermosura, de coquetería natural. Con ella se aprende a lucir original y a las demás, en temas de moda, pautar. ¡Chic! ¡Joven! ¡Vibrante! ¡Fascinante su glamour especial! Pero que la admiren mucho, no la hace banal.
Su más afamado sombrero ha paseado el planeta entero. Es una verdadera obra de arte e imaginación. De ordenados y largos penachos verdes, con qué garbo lo lleva en la cabeza.
Privilegiada ella, es lo que se dice una ciudadana del mundo. Siempre tan galana exhibe el orgullo de pertenecer a nuestra tierra americana. Habla español, domina perfecto el portugués. Versada en botánica y agricultura, juega ajedrez y baila merengue con la cintura y los pies.
En Europa es muy apreciada y en Norteamérica también. ¡Qué dulce! ¡Qué bella! Su corazón de niña palpita amarillo. Ama el sol, el campo y la gente sencilla y su sonrisa abierta regala alegría.
Una tarde próxima, con ilusión puntual, en clases de tocados y cultura en general, con ella seguro me voy a inscribir. Quiero tanto mi imagen mejorar.
¡La piña es toda una personalidad! Sé que me podrá enseñar a vivir bonita, con gracia y espontaneidad.



Coralina y la buena mesa

Coralina nada ama más que regresar cada comienzo de año a las aguas tibias de Samaná.
Durante meses ella sueña con piñas y nísperos para desayunar. De almuerzo, guandules con coco y arroz, bollitos de yuca y pastelón y, de postre, cajuiles hechos ricura al sol. A la hora de cena, su preferencia, mangú con cebollín entre sorbitos de ron sin hielo, ni mucho ni chin. ¡Ah, los refinados gustos de mi ballena querida!
Coralina siempre regresa al cariño por la mágica memoria del paladar.

LECTURAS CONVERSANDO CON EL TIEMPO POR JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO

http://www.diariolibre.com/noticias_det.php?id=290422

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